Todos los animales hacían la siesta y se respiraba una larga calma.
Todos menos el Cordero y la Cabra.
Y la Oca, claro está, que maldecía por los codos las moscas y todo lo que se le ponía por delante.
El Cordero intentaba ensayar, pero le sudaban los rizos y las cuerdas de su violín echaban humo.